Escultura de la serie "Del tiempo".
Foto: José Ferrero
Foto: José Ferrero
La
plasticidad de los sucesos
Si la plasticidad es la propiedad
que presentan ciertos materiales de mantener la deformación
producida por una acción exterior una vez que ha cesado ésta,
entonces las artes plásticas son las artes de las huellas, y éstas
el testimonio y la expresión del encuentro entre dos partes, en el
que una de ellas –la del artista que guía la acción- queda
reflejada en la plasticidad de la otra que moldeó.
Cuando pisamos descalzos sobre un
suelo blando de arcilla ésta se amolda a la morfología de nuestros
pies y en cierto modo los calza. Algo similar sucede cuando el pintor
aplica la materia pictórica sobre un soporte: la pintura, una vez
convertida en huella, permanece como expresión del lado de su
procedencia; como matriz que da forma a las miradas que le llegan.
Esa orientación expresiva, siempre de vuelta hacia el lugar ocupado
antes por el pintor, nos lleva a considerar la pintura como una
extensión reversa, tanto en el tiempo como en la forma. Sólo cabe
una excepción de lo contrario: cuando se pinta sobre un soporte
transparente. Quien pinta el cristal de un escaparate por dentro para
que se vea por fuera sabe que las pinceladas de la última capa no
serán las primeras, al revés que en un soporte opaco.
No vemos la materia en el interior
de su lleno ciego sino en el espacio abierto que nos revela su forma
externa. Una roca horadada por los golpes de la mar tiene en el vacío
de sus huecos un tiempo simultáneo, cóncavo y convexo: una
contingencia en permanente viceversa intermediando entre el adentro
de la roca y las afueras de la mar. Nosotros mismos, quietos o en
movimiento, intermediamos entre el antes de la luz y el
después de nuestra sombra, y en el claroscuro de ahí en
medio, entre lo que nos llega de un lado y la perspectiva que
proyectamos sobre el contrario, es donde vamos convirtiendo el tiempo
prestado en uno propio. Igual sucede con el resto de la naturaleza.
Un artista como Giuseppe Penone
talla vigas de madera, adelgazándolas y respetando a la vez sus
nudos –sus ramas internas-, para regresar así tiempo adentro hasta
dejar a la vista una parte del árbol que fueron (serie Árboles).
En ningún caso hay tránsitos ni mudanzas amorfas, pues el orden de
los sucesos se da siempre de alguna forma. Si el caos es un orden más
rápido que no llegamos a alcanzar, entonces la forma puede
considerarse como el alcance perceptivo de un orden más lento.
Convencionalmente manejamos una
idea del tiempo ajustada a nuestra configuración física, con frente
y espalda, sin embargo nuestra percepción sensible de él se remite,
tanto o más que al orden cronológico, a sus efectos sobre la
apariencia y la plasticidad de los seres y las cosas. En la
plasticidad de un rostro se encuentra la expresión de su propio
semblante; el que ha ido dibujando un carácter más propenso a unos
gestos que a otros. Luis Fernández valoraba el polvo que se iba
posando sobre los objetos porque los matizaba. Los campesinos, junto
con el clima y las estaciones del año, también transforman el
aspecto del paisaje. A las playas les llega con el agua la línea
móvil de la orilla. Todos los géneros posan en movimiento para los
formatos de los lienzos: figuras, bodegones, paisajes y marinas.
La quietud absoluta y la
estabilidad de lo inmóvil no existen, y quizá por ello necesitamos
pintar, grabar o tallar con anhelo fijador, para equilibrarnos en lo
fugaz y darle a nuestra provisionalidad significado y porvenir. Los
enamorados tallan corazones en las cortezas de los árboles para que
la savia de otra vida circule por ellos, cicatrizándolos primero e
internándolos después. Los muros no están solamente en el orden
fijo de sus ladrillos o piedras, y los niños, que lo saben, dejan en
ellos sus grafismos para que permanezcan sujetos a los cambios de la
luz solar que los recorre y los despide al final de cada tarde.
Quien mira el mundo a través del
arte adquiere otra flexibilidad perceptiva y se sitúa ante él de un
modo diferente. Dicen los expertos en comunicación no verbal que
cuando alguien contempla una pieza escultórica tiende con su cuerpo,
inconscientemente, a adoptar una postura similar a la de la forma de
la escultura. La masa atrae a la masa, incluida la nuestra, y al
contemplarla nos encorva o nos estira.
Transformamos la naturaleza y
damos forma a la materia, pero también ellas tiran de nosotros y nos
moldean, física y mentalmente, por eso como humanos con conciencia
de lo propio siempre hemos necesitado distinguirnos y superarnos como
tales marcando las distancias. Así sucede con los atletas. En un
salto de longitud lo importante no es el tiempo elíptico del vuelo
sino el lugar que al final ocupa la marca de la caída en la arena.
Marcamos las distancias con el
impulso de un salto, con los recorridos de unos pinceles entre una
paleta y un lienzo o abriendo y cerrando ángulos con los ojos al
mirar en movimiento el espacio que se recorta entre las ramas de los
árboles. Y de este modo, distanciándonos y moviéndonos como
actores o espectadores, vamos recorriendo y enfocando en la dinámica
del espacio-tiempo las formas y los contrastes que caben en la ida y
vuelta que hay entre nosotros y todo lo otro que nos atrae.
(Del
catálogo editado por el Servicio de Publicaciones del Principado de
Asturias con motivo de la exposición itinerante del proyecto
artístico, lúdico y didáctico “Del tiempo” iniciada en el
Museo Barjola en octubre de 2002)
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