domingo, 16 de diciembre de 2012


  Escultura de la serie "Del tiempo".                          
  Foto: José Ferrero



La plasticidad de los sucesos


Si la plasticidad es la propiedad que presentan ciertos materiales de mantener la deformación producida por una acción exterior una vez que ha cesado ésta, entonces las artes plásticas son las artes de las huellas, y éstas el testimonio y la expresión del encuentro entre dos partes, en el que una de ellas –la del artista que guía la acción- queda reflejada en la plasticidad de la otra que moldeó.

Cuando pisamos descalzos sobre un suelo blando de arcilla ésta se amolda a la morfología de nuestros pies y en cierto modo los calza. Algo similar sucede cuando el pintor aplica la materia pictórica sobre un soporte: la pintura, una vez convertida en huella, permanece como expresión del lado de su procedencia; como matriz que da forma a las miradas que le llegan. Esa orientación expresiva, siempre de vuelta hacia el lugar ocupado antes por el pintor, nos lleva a considerar la pintura como una extensión reversa, tanto en el tiempo como en la forma. Sólo cabe una excepción de lo contrario: cuando se pinta sobre un soporte transparente. Quien pinta el cristal de un escaparate por dentro para que se vea por fuera sabe que las pinceladas de la última capa no serán las primeras, al revés que en un soporte opaco.

No vemos la materia en el interior de su lleno ciego sino en el espacio abierto que nos revela su forma externa. Una roca horadada por los golpes de la mar tiene en el vacío de sus huecos un tiempo simultáneo, cóncavo y convexo: una contingencia en permanente viceversa intermediando entre el adentro de la roca y las afueras de la mar. Nosotros mismos, quietos o en movimiento, intermediamos entre el antes de la luz y el después de nuestra sombra, y en el claroscuro de ahí en medio, entre lo que nos llega de un lado y la perspectiva que proyectamos sobre el contrario, es donde vamos convirtiendo el tiempo prestado en uno propio. Igual sucede con el resto de la naturaleza.

Un artista como Giuseppe Penone talla vigas de madera, adelgazándolas y respetando a la vez sus nudos –sus ramas internas-, para regresar así tiempo adentro hasta dejar a la vista una parte del árbol que fueron (serie Árboles). En ningún caso hay tránsitos ni mudanzas amorfas, pues el orden de los sucesos se da siempre de alguna forma. Si el caos es un orden más rápido que no llegamos a alcanzar, entonces la forma puede considerarse como el alcance perceptivo de un orden más lento.

Convencionalmente manejamos una idea del tiempo ajustada a nuestra configuración física, con frente y espalda, sin embargo nuestra percepción sensible de él se remite, tanto o más que al orden cronológico, a sus efectos sobre la apariencia y la plasticidad de los seres y las cosas. En la plasticidad de un rostro se encuentra la expresión de su propio semblante; el que ha ido dibujando un carácter más propenso a unos gestos que a otros. Luis Fernández valoraba el polvo que se iba posando sobre los objetos porque los matizaba. Los campesinos, junto con el clima y las estaciones del año, también transforman el aspecto del paisaje. A las playas les llega con el agua la línea móvil de la orilla. Todos los géneros posan en movimiento para los formatos de los lienzos: figuras, bodegones, paisajes y marinas.

La quietud absoluta y la estabilidad de lo inmóvil no existen, y quizá por ello necesitamos pintar, grabar o tallar con anhelo fijador, para equilibrarnos en lo fugaz y darle a nuestra provisionalidad significado y porvenir. Los enamorados tallan corazones en las cortezas de los árboles para que la savia de otra vida circule por ellos, cicatrizándolos primero e internándolos después. Los muros no están solamente en el orden fijo de sus ladrillos o piedras, y los niños, que lo saben, dejan en ellos sus grafismos para que permanezcan sujetos a los cambios de la luz solar que los recorre y los despide al final de cada tarde.

Quien mira el mundo a través del arte adquiere otra flexibilidad perceptiva y se sitúa ante él de un modo diferente. Dicen los expertos en comunicación no verbal que cuando alguien contempla una pieza escultórica tiende con su cuerpo, inconscientemente, a adoptar una postura similar a la de la forma de la escultura. La masa atrae a la masa, incluida la nuestra, y al contemplarla nos encorva o nos estira.

Transformamos la naturaleza y damos forma a la materia, pero también ellas tiran de nosotros y nos moldean, física y mentalmente, por eso como humanos con conciencia de lo propio siempre hemos necesitado distinguirnos y superarnos como tales marcando las distancias. Así sucede con los atletas. En un salto de longitud lo importante no es el tiempo elíptico del vuelo sino el lugar que al final ocupa la marca de la caída en la arena.

Marcamos las distancias con el impulso de un salto, con los recorridos de unos pinceles entre una paleta y un lienzo o abriendo y cerrando ángulos con los ojos al mirar en movimiento el espacio que se recorta entre las ramas de los árboles. Y de este modo, distanciándonos y moviéndonos como actores o espectadores, vamos recorriendo y enfocando en la dinámica del espacio-tiempo las formas y los contrastes que caben en la ida y vuelta que hay entre nosotros y todo lo otro que nos atrae.



(Del catálogo editado por el Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias con motivo de la exposición itinerante del proyecto artístico, lúdico y didáctico “Del tiempo” iniciada en el Museo Barjola en octubre de 2002)

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